por Gustavo Sánchez / gsanch36@gmail.com

Como si se tratara de una remake bizarra de finales de los ’90, el radicalismo intenta, cual Freddy Krueger, recuperar el centro de la escena. A quienes creímos que después del descalabro de 2001 su retorno al poder sólo podría caber en las fantasías más perversas de una mente afiebrada, se nos impone buscar alguna explicación más racional que la hipótesis –ya no deleznable– de un ensañamiento del destino.

Tan rayana con lo absurdo es la construcción político-mediática que auspicia el contra-milagro de la resurrección radical, que parte del cuento incluye la supuestamente decisiva responsabilidad del eterno precandidato Eduardo Duhalde en la caída de Fernando De la Rúa. Porque aun cuando a aquél cabe achacarle innumerables pecados, difícilmente se encuentre entre ellos el de haber movilizado a las capas medias de la Ciudad de Buenos Aires durante los ya poco épicos días de finales de 2001, hecho que constituyó la causa eficiente de la renuncia de la otrora joven promesa del conservadurismo radical. Y si en algo le cupo responsabilidad al inefable ex senador por la previa en el conurbano, cuánto más puede decirse de las políticas de De la Rúa y Cavallo, sin que resulte necesario ampliar el argumento hacia cómo sus devastadores efectos económicos y sociales legitimarían “per se” cualquier revuelta. Sin embargo, y pese a la evidencia en contrario, para el sentido común de los sectores medios -y de los medios a secas- es cosa juzgada que Duhalde provocó la renuncia de De La Rúa, o cuanto menos lo es hasta ahora, sin que pueda descartarse una construcción contraria en caso de que resulte fallido el intento de resurrección radical. Pues no hay que olvidar que la prueba más cierta de que Clarín no es gorila es el hecho de que tiene un amigo peronista.

Como sea, la cuestión es que el fantasma de 2001 recorre de algún modo la coyuntura. No por la improbable oportunidad de una acción destituyente a la que se quiera disfrazar de rebelión civil, acerca de cuya ocurrencia bien recordó Moyano que “a un gobierno peronista no se lo corre agitando un pañuelo”. Las características objetivas de la etapa son muy disímiles –ni crisis económica, ni incapacidad para el ejercicio del poder, como entonces- pero aquel fantasma se las arregla para campear, por caso, en la emulación fisonómica o política, buscada o hallada, de personificaciones como Julio Cobos y Ricardo Alfonsín. Es que, en esencia, estas caricaturas hablan de la perspectiva de retorno a un programa de gobierno y a un estilo de gestión capaces de retrotraer la economía y la situación social a la debacle de comienzos de la década.

Así, es posible reconocer, sin apelar a la imaginación ni al saber tecnocrático, cuáles serían las casi seguras características del próximo ciclo económico bajo el sesgo de un eventual gobierno radical (o de la oposición “de derecha”, si fuera posible diferenciarlos en algo a este respecto). En primer lugar, rebaja de impuestos al capital en pos de aumentar su rentabilidad (léase reducción o eliminación de las retenciones a la soja). Ello desfinanciaría al Estado de modo tal que el ajuste sobrevendría inevitable para cubrir el déficit. Así se golpearía nuevamente al mercado interno, reduciendo más la economía, y al mayor bache generado de ese modo se lo intentaría cubrir con mayor endeudamiento externo. Al cabo de un tiempo, probablemente breve, la espiral desatada por el achicamiento y retiro del Estado en favor de la mayor rentabilidad del capital y las fuerzas del mercado, se haría cada vez más vertiginosa hasta dar lugar a un nuevo colapso, bajo la forma de hiperinflación, corralito o quién sabe qué nuevo hallazgo que nos tenga reservado el destino, siempre con una dosis de represión y muerte que también abreva en el acervo histórico del “partido de la democracia”.

Es que a pesar de la obstinada posición de Pino Solanas (sobreactuada y paradojalmente amplificada en las pantallas del monopolio) acerca de que el modelo kirchnerista es una continuación del menemismo, salta a la vista (de quien no se niegue a mirar) que lo principal del proceso iniciado en 2003 es la interrupción de aquel ciclo maléfico del neoliberalismo que se remonta en sus inicios a los años de Martínez de Hoz. La nueva lógica de funcionamiento de la economía podría describirse bien como el anverso de aquélla ya referida: recuperación de la masa salarial y del salario real, crecimiento del mercado interno, paulatina y creciente reindustrialización, consiguiente recuperación de las arcas públicas (eso que los políticos de la oligarquía y sus comunicadores llaman ahora “la caja”), inversión pública y social (“aumento del gasto” o “clientelismo” según los susodichos) que realimenta el círculo virtuoso.

Cabe resaltar que la puesta en marcha de un modelo alternativo al neoliberal requirió de al menos dos condiciones. La primera, el colapso objetivo de éste y un quiebre profundo en el humor social que hubiera hecho inviable su inmediata recreación. La segunda, la férrea voluntad política de un gobierno que quiso ponerse al frente de la sociedad, motorizando transformaciones que incluso superaron sus demandas efectivas, y que aún ahora, cuando parecen soplar desde la derecha los vientos de la opinión pública y publicada, insiste en su incorrección política en la búsqueda de la consolidación y profundización de las reformas. Esto solo, debería bastar para prodigarle alguna gratitud de un progresismo que, habiendo compartido el estrepitoso fracaso de la alianza –y su imperdonable traición- pretende ahora correr al gobierno “por izquierda”, y se propone hacerlo, en el colmo del sin sentido, tejiendo acuerdos con la derecha parlamentaria.

Sería fácil, y por cierto también razonable, cargar las tintas sobre el papel (y la pantalla) de los medios de comunicación comandados por el grupo Clarín y su indisimulado intento de hacer retornar al gobierno a los radicales –o a quien fuera capaz de borrar a los Kirchner–. Pero tal vez sea preferible señalar otra línea de interpretación, no tan evidente aunque en absoluto desligada de aquélla. Se trata de considerar el rol histórico del radicalismo como superestructura de los sectores medios más conservadores y reaccionarios, los cuales habrían activado sus alarmas atávicas –racistas y clasistas– ante los recurrentes actos y gestos de la política popular y de su estética, contenidos como están en lo que podríamos llamar, continuando el abuso terminológico, la superestructura peronista.

Con grados y matices diferentes, bajo circunstancias disímiles, este rol histórico que ha ocupado el radicalismo desde la caída de Yrigoyen no escapa siquiera al ahora encomiable gobierno de Raúl Alfonsín. Más allá de los debidos respetos de los que es merecedor el recientemente fallecido ex presidente, tanto por su papel en la recuperación de la democracia como por su trayectoria y estatura política, no deberíamos caer en la trampa mediática que pretendió elevarlo a la altura de los verdaderos líderes populares de nuestra Patria. Hay que decir, insistiendo en la incorrección política que exige la búsqueda contrahegemónica, que para la economía no hubo primavera alfonsinista. La economía de la transición consistió en una etapa de prolongada decadencia de las condiciones de vida de la población, en la que se horadaron primero los ingresos de los sectores más humildes y posteriormente los de amplios sectores de las capas medias, sentando las bases para la devastación final llevada a cabo por el menemismo.

Sin embargo, una vez más, el relato dominante prefiere presentar imágenes invertidas, haciendo pasar los efectos por las causas, emulando la cámara oscura que ya para Marx constituía la forma típica del funcionamiento de la falsa conciencia. Al igual que como ocurre al analizar el período de De la Rúa, de cuya renuncia se culpa a Duhalde, cuando se trata de juzgar el fracaso del gobierno de Alfonsín también se elige culpar al peronismo en alguna de sus formas. En este caso, los ya célebres “13 paros de Ubaldini” ocupan en el imaginario el lugar que, en los hechos, no puede caberle sino a la gestión alfonsinista. En todo caso, se omite decir que aquellas masivas huelgas y manifestaciones encabezadas por el líder cervecero tenían como sustento un programa económico superador (los “26 puntos de la CGT”), un contexto político local donde la oposición política (con el cafierismo y el Partido Intransigente a la cabeza) se ubicaba objetivamente a la izquierda del gobierno radical –que prefirió sostener su alianza con los grupos económicos–, y un mundo donde todavía el socialismo real no había colapsado y por ende seguía habilitada como verosímil la vía revolucionaria.

Pero no se trata de proponer versiones u opiniones diferentes de las social y mediáticamente aceptadas con el solo fin de provocar a las conciencias bienpensantes, sino de considerar en toda su dimensión el hecho de que los medios, como parte y vanguardia ideológica de las capas medias, se constituyen en actores determinantes y vehículos privilegiados del sentido común, y que a menudo lo hacen negando la cultura popular y sus rasgos de resistencia, los que son expulsados -en un acto explícito de censura- al cono de sombra de la ilegitimidad social.

En fin, tal vez de esta suerte de dialéctica berreta entre los medios y las capas medias, pueda surgir una explicación menos metafísica que la que proponíamos al inicio en relación con el eventual retorno de nuestra ave fénix vernácula y sus circunstanciales pajarracos –a los que se reconoce por su especial velocidad a la hora de salir volando-.

(a propósito de un artículo de Alejandro Horowicz)

Por Ariel Magirena

La identificada “intelligenzia” argentina sobre la que escribió Jauretche quedo “fatalmente ligada” al pensamiento colonial y a prejuicios sociales de tipo racista.” Alpargatas si, libros no” fue la expresión de la compulsa entre la cultura de masas y el modelo extranjerizante en el momento en que la primera fue convidada por el peronismo a participar del debate de un modelo de Nación. En ese contexto la frase de las alpargatas es la síntesis que el nuevo actor social encontró en el lenguaje que todos podían entender: una perla de la comunicación; una joya del marketing directo con el defecto de no haber salido (o si??…) de los claustros.

“La gran masa del pueblo” interpretó enseguida que la nueva Nación que estaba invitada a construir tenía en la universidad a la escuela de los sostenedores ideológicos del modelo que los había explotado y sometido… y le marcó la cancha. Acaso algún ignorante sugiere que el peronismo, que en su 1º y 2º gobierno invirtió y desarrolló en educación por encima de la suma de todos los gobiernos anteriores y posteriores en el siglo XX tenía como proyecto el analfabetismo? Alguno supone que los obreros que cantaron la consigna de las alpargatas dejaron de mandar a sus hijos al colegio? Sabemos todos que no. El problema era de quienes sostenían la batalla cultural en la comodidad de los dos paradigmas dominantes – el capitalismo y el comunismo- y ambos rechazaban al nuevo e inesperado monstruo, al que fanática e irracionalmente ponían en las filas del otro (la izquierda lo llamó fascismo y la derecha lo tildó de comunista).

Todo proceso de cambios produce dolor. Aun cuando se plante en términos pacíficos como el peronismo. Aunque no fuera ortodoxa, no era más que la simple (o compleja) cuestión de la lucha de clases en el momento en el que la izquierda gorila abdicaba de su bando natural. Abdicación que la izquierda sindical no acompañó: es emblemático el aporte de comunistas y socialistas, delegados de base o dirigentes, al trazado de la doctrina naciente y nuevo paradigma. Pero esa abdicación de la intelectualidad de la izquierda conservadora (que termina socia del embajador estadounidense y la derecha en la célebre Unión Democrática) no fue emulada por su par del pensamiento nacional, pero para algunos Jauretche, Scalabrini, Manzi o los “traidores” Cooke, Puiggros o Walsh están fuera de la categoría.

Queda patentizado grotescamente que el claustro no podía soportar 2 reformas en menos de medio siglo: la autonomía y la apertura social. La primera la había puesto en sus propias manos al servicio de un nuevo modelo educativo, pero la segunda la pondría al servicio de un proyecto de Nación. Cómo se dio esa puja está vinculado al modo de dirimir la política en el contexto histórico-socio-cultural. Los reformistas no tuvieron problema para desarrollarse y multiplicarse durante los lapsos pseudo-democráticos en los que el peronismo estuvo proscripto. Mal podía el referido “2º peronismo”, la resistencia –que contaba con sus propios intelectuales (Marechal incluido) tener alguna simpatía con quienes nunca alzaron la voz a su favor, o al menos desde una perspectiva “demócrata” objetaran la proscripción… por el contrario en actitud desvergonzada por conservadora aquella intelectualidad seguía prefiriendo batallar con su némesis clásica.

Para su desdicha el nuevo paradigma, el peronismo, se había infiltrado en la sociedad. Como fenómeno cultural y masivo salía de los hogares y de las fábricas y se reproducía. No se podía decir “Perón” pero se pensaba “Perón”. Y los jóvenes formados en la negación cínica del peronismo pudieron leer en los espacios vacios del discurso cotidiano. Y claramente decía “Perón”. “Perón” pensaba el pueblo y lo pronunciaba en los actos clandestinos del caño, la tiza o el carbón… o en la jerga en la que todo – el macho, el hombre, el que te dije, el viejo, papá, el general o el coronel…-todo quería decir “Perón”.

El autoengaño era grosero cuando el artículo 14 bis de la repuesta constitución de 1853, incluido por decreto para arrasar la constitución del ’49 tras el golpe de la “fusiladora” decía “Perón” y la ley de contrato de trabajo decía “Perón” y las escuelas y obras públicas que no se atrevieron a demoler (porque a otras se atrevieron) decían “Perón”.

La muerte de Perón signo sin solución el referido 3º peronismo entre el entusiasmo del luche y vuelve, el gobierno de Cámpora, la estrategia de Perón, el Isabel-lopezreguismo, los anticuerpos que expulsan a “lopecito” y consiguen las elecciones anticipadas y el golpe genocida del cual los peronistas fueron víctimas preferenciales. Sucumben también los claustros por su composición peronista y de izquierda.

El artículo de Alejandro Horowicz es una pieza de colección. Tiene el valor de una pictografía de hace un millón de años al lado de las expresiones actuales de la izquierda madura aliada al pensamiento nacional y latinoamericanista como la que se expresa y convive en Carta Abierta, que reivindica el análisis crítico y reconoce la compulsa entre dos proyectos antagónicos que, con la forma que hoy ostente, sigue siendo “colonia o Nacion”; postergando a sabiendas y responsablemente debates subalternos o retardatarios para acompañar en el momento oportuno –que es cuando las cosas están ocurriendo- a un gobierno que toma medidas soberanas y de trascendencia histórica, sin asustarse de la identidad peronista de su parte principal. Como FORJA: aquellos intelectuales que fueron depuestos junto con el peronista Leopoldo Marechal.

(Ponencia premiada en el 3º Congreso de Periodistas de Chiapas y 1º Congreso Mesoamericano de Periodistas)

Por: Ariel Magirena

Nunca como hoy la relación entre medios de comunicación y poder había respondido con este nivel implacable de dialéctica al punto de romper los paradigmas fundamentales del periodismo. Ante la abundante literatura acreditada existente, vamos a saltearnos el análisis de cómo llegó el capitalismo en su fase más perversa, el neoliberalismo, a instalarse como discurso hegemónico y a diseñar ideológicamente la estructura actual de la propiedad –la concentración- de los medios de comunicación de masas, para intentar abordar la problemática del ejercicio del periodismo, que hoy entraña, como nunca, la pertenencia de clase de los trabajadores de prensa. Probablemente esta conciencia sea uno de los escollos más visibles al momento de pensar y discutir los aspectos de incumbencia social como los de organización y lucha gremial en el ejercicio de nuestra profesión. Convertida la información en mercancía y los medios en escaparates el actual modelo informativo no necesita periodistas más que vendedores. Así el modelo del, o la, periodista exitosos es el de mayor exposición, investido de un poder que aquilata sus capacidades de seducción y de persuasión. Un modelo individualista y superficial que forma “estrellas” que están por encima de la sociedad y de las relaciones de clase. Un modelo que es doblemente mentiroso al sugerir a sus estrellas periodísticas que son más importantes que la mercancía que venden, ocultándoles que ellos mismos son una mercancía. Un modelo que también vende vendedores.

Sabemos que la palabra expresa el pensamiento, por lo que también influye en el pensamiento. La desaparición de categorías en el relato social, cuidadosamente secuestradas en la guerra semiológica, implica la clausura de conceptos que describen la lucha de clases con la intención de que lo que no se describe no exista. Así en la argentina, laboratorio de preferencia del pensamiento colonial, el discurso hegemónico virtualmente suprimió de la lex política la denominación del “pueblo”, eje, protagonista y sentido de la lucha social, por el lavado apelativo a la “gente”, categoría preferida por la inmensa y reaccionaria clase media que entiende así excluyentemente a sus pares. Del mismo modo se inaugura la universalización de categorías como regalo a las oligarquías o las nuevas burguesías, como está ocurriendo respecto del conflicto de intereses desatado por los terratenientes en relación con la renta extraordinaria de las exportaciones agrícolas, a quienes, graciosamente, la prensa liberal califica de “campo”, pese a que representan el tercio de los propietarios y el 5% de la capacidad productiva (medida en fuentes de trabajo). Así también, sólo como ejemplo, los residentes de los barrios más carenciados son “habitantes” u “ocupantes” en oposición abierta a “ciudadanos”, o los niños en delito no son sino “menores”, hoy bandera de la campaña sobre la “inseguridad”.

Casi está de más decir que esta clausura de categorías impone también la agenda periodística y habilita el “relato” de la realidad que, por cierto, está embebido de la estructura ficcional que funde y confunde la información con el show. Pese a que el análisis científico de los medios revela la grosería con la que se aplican los mecanismos de manipulación el sistema cuenta con que la prensa está formada con su modelo discursivo y su perspectiva. De tal manera que no necesita que cada redacción tenga en sus mesas “cuadros” ideológicos que marquen el sentido editorial o actúen como policías del pensamiento. Si no posee pensamiento crítico, el periodista liberal reproduce “naturalmente” el discurso y la perspectiva dominantes. Los medios degradan, corrompen y sustituyen el sentido común mientras encorseta a los periodistas y comunicadores en paradigmas vetustos pero que le son favorables. El primero es uno de los mitos mejor instalados y convertido en valor y prejuicio: la objetividad. Los medios de masas no necesitan ser objetivos sino simplemente declararse así, del mismo modo que se titulan “independientes”, y replican a los medios, y periodistas efectivamente independientes, exigiéndoles “objetividad” en un escenario en cuya composición sólo aparecen los elementos por ellos seleccionados. La reivindicación de la objetividad periodística busca anular al periodista y al comunicador como “sujeto” para tenerlo como “objeto”, como herramienta. De hecho la objetividad es el atributo de los objetos; la de los sujetos, la subjetividad. Es aquí donde se impone declarar un frente de batalla en la guerra semiológica: el periodista no será objetivo sino, veraz, profundo, responsable y contextual, todos ellos valores éticos fundamentales y excluyentes.

Pero qué pasa con los comunicadores que no son periodistas? Para desgracia del modelo liberal no están formados en sus claustros ni en sus empresas y, aunque no dominen las técnicas ni la teoría de la comunicación de masas, son la voz emergente de un contexto social definido, aún cuando innominado. Y representan, probablemente, la trinchera de la verdadera contra –comunicación frente al discurso único reproducido en cadena mundial. Los medios de producción alternativa, como de propiedad alternativa son, sin necesidad de tener un discurso único, los verdaderos representantes del valor de la comunicación: la diversidad. De voces, de pensamientos, de ideas, de culturas, de estilos, de estéticas, de sujetos sociales.

La argentina se prepara para discutir una nueva ley de servicios audiovisuales que reemplace a la ley de radiodifusión impuesta por la dictadura más sangrienta de su historia. Significará el saldo de una larguísima deuda que tiene la democracia cuyos antecedentes democráticos más cercanos se encuentran en el gobierno peronista de la mitad del siglo pasado: la Ley de Rdiodifusión de 1953, el estatuto del periodista, de 1946 y el derecho popular a la comunicación y la información, que formaban parte de la constitución revolucionaria de 1949, que debieron ser incorporados, junto con otros derechos, por la presión popular, en la constitución que impuso la dictadura de 1955 y sobrevivieron hasta la que rige hoy desde 1994. Con una concentración inédita de la propiedad de los medios, convertidos, como calificara Nicolás Casullo, en el partido de la derecha de mi país, por primera vez se discutirá el fin de los monopolios y el derecho de las organizaciones sociales, comunitarias y el Estado, de ocupar equitativamente el espectro. Un desafío que es una ofrenda para una democracia de contenidos y una responsabilidad para los periodistas que reconozcan su rol social, su pertenencia de clase (trabajadora), y su categoría política: pueblo. Pero fundamentalmente un paso gigante en la disputa continental contra el pensamiento colonial.

por Gustavo Sánchez
A la hora de pensar en los problemas de comunicación del gobierno de Cristina Fernández, suele aludirse a cierto aspecto técnico o instrumental, de equivocación en las formas o en la elección de los canales y voceros. Y aunque todo ello pueda ser cierto, no atañe en absoluto a lo esencial. El gobierno tiene serios problemas de comunicación, pero ellos apenas se relacionancon cuestiones de instrumentación o de eficacia, subsidiarias de otros asuntos verdaderamente relevantes.

Los medios

Por estos días el gobierno ha comunicado una noticia de irrefutable relevancia. Por sus consecuencias fácticas y su importancia estratégica, la eliminación de las AFJP y la reconstrucción de un sistema previsional único y estatal deberían asegurarle el recupero de la iniciativa política y de la confianza popular. Sin embargo, y aun con un consenso sustancial en favor de tales medidas, la noticia parece haber sido tomada con cierta reserva por la opinión pública (acaso por efecto de la grosera manipulación llevada a cabo una vez más por parte de la opinión publicada). De aquí una primera e insoslayable dificultad comunicacional del gobierno, que sólo puede negarse por complicidad, ingenuidad o dogmatismo: los medios masivos de comunicación ocupan de manera orgánica el lugar de la oposición política, compensando con creces la ineficacia de aquélla.

Los medios de información de mayor alcance e influencia, capaces de producir agenda y de construir opinión, se encuentran en manos de agentes que han decidido jugar decididamente en contra de las políticas gubernamentales, apelando para ello a múltiples estrategias de ocultamiento, manipulación y tratamiento asimétrico de la información. Frente al monopolio privado de la palabra pública, la necesidad de que el estado modifique la legislación vigente sobre radiodifusión parece impostergable si se tiene conciencia de que, más que sobre un gobierno en particular, la amenaza se cierne sobre la propia democracia, impensable por debajo de un umbral mínimo de pluralismo -y buena fe- en la opinión.

Los medios públicos, de influencia más limitada, no llegan a compensar tal desequilibrio comunicacional por diversas razones, entre las que se cuentan los altibajos en sus niveles de profesionalismo y la dificultad que supone el intento de transmitir mensajes alternativos a través de estéticas dominantes respecto de cuya utilización, para peor, suele carecerse de la necesaria pericia. Por otro lado, las cooptaciones y alianzas tejidas por el gobierno con algunos medios resultan cuanto menos temerarias (el caso de Infobae o C5N es paradigmático), mientras que los medios alternativos que se intenta promover adolecen también del alcance y la influencia necesarios para contrarrestar el aceitado despliegue del conglomerado mediático.

Y los discursos

Sin embargo, la cuestión relativa al desnivel desfavorable en la opinión que resulta de la actual configuración de los medios de masas en Argentina, y que podría comenzar a corregirse paulatinamente con la impostergable sanción de una nueva normativa que garantizara una efectiva pluralidad de voces, no es ni la única ni la más profunda de las dificultades comunicacionales del gobierno. En efecto, más allá de los medios están -amplificados o negados por ellos- los discursos. Suele afirmarse desde ciertas posiciones que intentan ubicarse a la izquierda del gobierno, que en variados aspectos no se ha avanzado más allá de la gestualidad o del discurso. Independientemente de la mayor o menor entidad de tales críticas, no hay razón para restar valor a las palabras y los gestos en una época en la que el discurso político se encuentra bastardeado. El intento de restituir a la política su centralidad en la organización social y económica es también una disputa semiótica. Precisamente en este aspecto, las resistencias en el universo de la recepción son inocultables, constituyendo una barrera difícil de franquear. El discurso antipolítico, que los medios construyen/retoman/reenvían a y desde la sociedad parece constituir un anticuerpo resistente y efectivo a la hora de contrarrestar las intervenciones que, desde el discurso y la acción, intentan restituir un ideario de integración social sobre cuya derrota se ha afianzado el neoliberalismo más salvaje.

Desafortunadamente, la comunicación gubernamental adolece de toda estrategia y, lo que parece peor, de todo diagnóstico acertado frente a ese estado de cosas. A la narrativa mediática, estructurada sobre la base del conflicto entre la “gente” y los “políticos”, el gobierno opone un discurso argumentativo de corte ilustrado, también destinado a la “gente”. Así, frente al núcleo duro y extenso de la antipolítica, las interpelaciones del discurso oficial despiertan adhesiones tibias y contradictorias entre los propios, y exacerbados odios militantes en los ajenos. Resultaría indispensable, entonces, pensar en otra discursividad. La “gente”, colectivo imaginado sobre el espectro de los sectores medios urbanos, sólo en segundo grado puede ser el sujeto de la interpelación de un gobierno popular. Es necesario, antes que nada, volver a referirse al Pueblo, apelar a su movilización simbólica. Tal vez recién entonces una política popular pueda comenzar a ser oída -y a hacerse escuchar.

por Gustavo Sánchez

Se ha dicho, con razón, que el conflicto con las entidades rurales se enmarca en un clima destituyente. Incluso la forma que adoptó su desenlace más inmediato ­-el inaudito voto del vicepresidente en contra del Poder Ejecutivo que accesoriamente integra-, bien puede abonar las tesis más conspirativas, en tanto que una eventual acefalía lo ubicaría inmediatamente a él en el lugar de la “transición”. Pero sea cual fuera el grado de organicidad y conciencia de sí que haya tenido o tenga la ofensiva destituyente, está claro que, al menos de momento, su mayor aspiración se concentra en debilitar al gobierno, fijándole una agenda impropia del programa con el cual fue elegido para gobernar, y obligándolo a pagar todos los costos políticos posibles de cara a las elecciones legislativas del año próximo. Si existiera en el país una oposición política con capacidad de converger y de seducir a la opinión pública, otro hubiera sido el devenir de la crisis. Afortunadamente, es esta incapacidad objetiva un límite infranqueable para la (anti)política de las fuerzas sociales destituyentes, cuya irracionalidad no llega todavía al punto del suicidio colectivo.

Ante este cuadro de situación, bien puede decirse que el gobierno de Cristina Fernández tiene todavía una oportunidad, a pesar de haber sufrido una derrota cuya gravedad no reside tanto en las consecuencias políticas o económicas que se derivan del rechazo parlamentario a su proyecto, sino de lo que ello significa en términos de explicitación de un contexto ideológico y cultural adverso por donde se lo mire a las intenciones de reforma que el gobierno encarna. Sin embargo, la derechización de la sociedad argentina no es aún un fenómeno homogéneo e irreversible (si así fuera, más hubiera valido abandonar el barco). Parte de los sectores populares y una minoría relativamente activa de segmentos medios progresistas se ha movilizado en favor del proyecto oficial, pese a la sistemática acción distorsiva de la cadena privada de medios de comunicación. Muchos más todavía apoyan las líneas fundamentales de la gestión gubernamental. Todo indica entonces que el gobierno debería concentrarse en conservar y acrecentar el apoyo de esas franjas de la población, muy especialmente el de los sectores populares que, por añadidura, constituyen el grueso del voto y la identidad peronistas cuya disputa resulta crucial para propios y ajenos. Pero por obvia que pueda parecer esta alternativa tanto en lo táctico como en lo estratégico, una parte del kirchnerismo y, de un modo preocupante, en ocasiones la propia presidenta, parecen insistir en interpelaciones dirigidas a seducir a los sectores medios que ya en octubre pasado (como tantas otras veces a lo largo de la historia) habían declarado sin ambages su desclasado odio de clase.

A diferencia de lo que ocurre en otros países de América Latina, donde tienen lugar procesos de reforma profunda en los que se ha logrado articular eficazmente al sujeto social popular con la fuerza política gobernante, en Argentina no existe una articulación tal, y las reformas (claro está, más modestas) parecen provenir del voluntarismo del gobierno antes que del impulso de las fuerzas sociales que, se supone, deberían hallarse comprometidas con ellas. Esta ausencia o debilidad del sujeto social transformador, invisibilizado y deslegitimado permanentemente en el sentido común de las construcciones mediáticas, es un condicionamiento esencial que precede a la responsabilidad del gobierno. Sin embargo, en la medida en que éste no reconoce la centralidad de esta circunstancia, resulta incapaz de darse una estrategia de construcción de poder político y social cuya primera condición no es otra que la interpelación (discursiva y política) a los trabajadores. Parafraseando al presidente Chávez, para combatir la pobreza es necesario dar poder a los pobres. Y dar poder es, también, dar la palabra (palabra que sólo se da a quien ya se ha interpelado como interlocutor).

Resumiendo, el gobierno puede avanzar en transformaciones progresistas y distributivas a pesar de la derechización de la opinión pública (es decir, de gran parte de sectores medios, urbanos y rurales, que los medios de comunicación señalan como tal) si, y tal vez sólo si, deja de malgastar esfuerzos políticos y retóricos en pos de una seducción inapropiada e infructuosa; y en su lugar, concentra sus esfuerzos en la conservación y acrecentamiento del apoyo de aquellos sectores sociales que lo acompañan. Interpelar y empoderar a los trabajadores y a los pobres es una condición insoslayable para cualquier fuerza “populista”, en el sentido en que esta categoría sirve para honrar lo mejor de la tradición política inaugurada por el peronismo. Previniendo críticas previsibles, cabe decir que de lo que se trata no es de una estrategia de polarización de la sociedad; sino de responder con convicción y eficacia a la polarización efectiva que las oligarquías y sus cómplices más o menos inconscientes despliegan, con su odio destituyente, cada vez que quieren abrirse caminos de inclusión para los menos favorecidos.

17 de julio de 2008

La naturaleza del escorpión

Por Ariel Magirena

Lector intenso e irredento, me tocó en varias oportunidades encontrar citada por distintos autores, de un exagerado abanico entre Milan Kundera y Paulo Cohelo, la parábola del escorpión y la rana. Aquella en la que el escorpión convencía a la rana de cruzarlo a la otra orilla del rio con la promesa de no picarla y el fundamento irrefutable de que traicionarla los llevaría a ambos a la muerte. El final es el del escorpión hincando su aguijón y justificándose: “es mi naturaleza”. Justificación, por cierto, más digna -de una dignidad póstuma de hecho- que la que hubiera sido declarar que no hubo traición sino un modo de fidelidad que “la historia juzgará”.

“Ya no venimos por las retenciones” dijo Alfredo de Angeli en su discurso del martes. Puede una porción poco avisada de la sociedad haber creído que el debate parlamentario centró sobre una diferencia de menos de 2 mil millones de dólares en la recaudación, o que se debió a la obstinación de un gobierno que no quiere perder ni a la bolita; pero no se le escapó a ningún político ni empresario y mucho menos a los actores de esta confrontación, que se trató (se trata aún) de la puja entre dos modelos de país: el de la Argentina del primer centenario, cuando era una de las primeras potencias económicas del mundo del que se consideraba granero a costa de la exclusión y postergación de sus mayorías, o el de la Argentina de la inclusión, la redistribución de su riqueza y el desarrollo, que irrumpió en la década del 40 y quedó dramáticamente inconclusa a fuerza de bombardeos a la plaza de mayo, fusilamiento de resistentes, sucesión de asonadas militares y desaparición de personas (síntesis forzada por motivos de espacio).

Es en este contexto en el que se juzga la traición de Julio Cobos al voto popular de octubre de 2007, y que lo pone a compartir el cuadro de honores con la Sociedad Rural, Luis Barrionuevo, Alfredo “80 pesos por el lomo” De Angeli, Carlos Menem, Elisa Carrio, Cecilia Pando, Patricia Bullrich Luro Pueyrredón y Claudio Lozano (que no se saca la foto pero le firma el autógrafo) entre otros próceres (vayan imaginando la composición de una lista sábana). La de Julio, iluminado por el dios de Lilita, fue una salida verdaderamente Radical (léase como sustantivo propio). El mismo radicalismo que se suicidó en el fanatismo de la convertibilidad sostenida con represión y que recibió, tarde pero seguro, todas las facturas por sus agachadas históricas que van desde la Unión Democrática hasta las leyes de impunidad, pasando por las proscripciones políticas, el llamado ante los cuarteles y la provisión de funcionarios a los gobiernos de facto (para síntesis, reconozco, peor que la anterior).

Para el gobierno es otra prueba de su acierto en la opción por su base de legitimidad, la clase trabajadora y el campo popular. La lectura es simple. La gestión de Néstor Kirchner afectó la matriz distributiva atendiendo las urgencias y logrando una recuperación económica que favoreció en modo privilegiado a la clase media. (Es ocioso ahora recalcar los logros en materia de justicia y derechos humanos. Sigo.) Sin paradojas, esa clase media optó en considerable medida por las alternativas opositoras en las elecciones de octubre, cuando mayoritariamente los asalariados y la fidelidad peronista ungieron a Cristina.

La jugada artera de Cobos resuena en ese lugar del corazón en el que ya la sospechábamos. Y aunque fuera la deseada para la derecha, descubrirá que habrá sido la inesperada si el gobierno decide, por fin, encaminarse hacia una verdadera política de masas y utilizar, definitivamente, los recursos del Estado (no solo los económicos) para provocar el reclamado shock distributivo que viene de la mano de la obra pública de infraestructura, la social, la generación de empleo, el acceso al crédito y la recuperación del salario. Un modelo que ataca sin ambages las necesidades de las mayorías y cuya sintonía, como en otros momentos de la historia, tendrá a millones para defenderlo dejando como una pálida reunión al acto destituyente que tuvo lugar el martes en el más emblemático de los barrios ricos de la capital, al que sus asistentes se movilizaron en ascensor (la inefable Lilita los llamaba “bajen” y el revelado Buzzi les decía “compañeros de los balcones”). Los argentinos tenemos una oportunidad histórica de imaginarnos y construir un país luego de la tragedia, pero la fractura del sistema de partidos no sirvió para desarrollar nuevos espacios de representación. Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia pero las corporaciones (con un rol estratégico cumplido por los medios de comunicación) nos quieren convencer con el argumento del “consenso” que se interpreta fácil: ustedes serán más pero pongámonos de acuerdo en lo que yo quiero.

Se escucharan por estas horas las voces de los preclaros representantes de nadie que declaman la revolución pero repudian la identidad peronista de la gran parte de nuestro pueblo. Los mismos que le reclaman a Kirchner por atreverse a devolverle sustento ideológico al único partido en pie, que sigue vivo por haberle dado alguna vez y para siempre la posibilidad al pueblo trabajador de participar del concierto político, pedirán ahora mesura y reconversión del discurso al gobierno de Cristina. Y hasta habrán de recomendarle que se deshaga de algunas piezas que quedaron del tablero de Néstor e incluso que se despegue de él y le haga pagar el costo.

A Cobos, claro, nadie lo va a echar. Quedará allí para ser señalado con un dedo acusador (que será gigante en las elecciones de 2009) mientras le duren la cobardía para retirarse (indignamente, pues ya no le queda otro modo) o los aplausos de la claque.

Las Manos de Perón representan, para nosotros, la dimensión central del peronismo, como corriente de opinión y como sujeto político: su capacidad de intervención sobre la realidad en concordancia con los intereses populares.
Las Manos de Perón son todas aquellas realizaciones del ideario de justicia social, independencia económica y soberanía política, que otorga un marco no sectario, inclusivo pero también excluyente, respecto de cuáles acciones e ideas merecen ser consideradas peronistas.
Las Manos de Perón se manifiestan en la realidad concreta a través de múltiples espacios de gestión estatal y de lucha política, sindical, social y cultural, en favor de los sectores menos favorecidos. En este sentido, nos proponemos convertirnos en una herramienta de difusión de ese conjunto de acciones, que desde diferentes lugares, el peronismo despliega en la realidad para transformarla, teniendo que enfrentarse muchas veces a la indiferencia y a las mentiras de los medios de comunicación en poder de la oligarquía y sus aliados.
Las Manos de Perón se expresan también en la necesaria actualización de la doctrina justicialista, entendida como la adaptación de las ideas rectoras a las circunstancias concretas de la época. Consideramos fundamental que el peronismo recupere su capacidad de interpelación revolucionaria al pueblo trabajador, como actor vertebral del movimiento de liberación nacional, porque sólo en la medida en que siga siendo capaz de interpretar las necesidades y el sentimiento de los más pobres, podrá también hacerlo con otros sectores integrantes del Pueblo y de la Nación.
Por último, Las Manos de Perón son la metáfora del intento vano y reiterado del enemigo que cobró cientos de muertos en los bombardeos del ’55 buscando matar al líder del Pueblo; que brindó en el ’74 creyendo y vociferando que «muerto el perro se acabó la rabia»; y que profanó y mutiló el cadáver del prócer que sigue sin «morírseles». Porque Las Manos de Perón no son las que faltan en su ataúd sino que son el peronismo mismo. Que sigue haciendo. Y que es inmortal.